En este caso me centraré en esto último. Todos sabéis que la carrera a pie es mi gran caballo de batalla, no porque se me de especialmente mal (o al menos no peor que la natación o la bici en términos generales), sino porque es donde peores sensaciones suelo tener entrenando, lo que más me cuesta. Lógicamente, desde que empecé, he mejorado bastante. Y, no solo eso, sino que opino que gran parte de la mejora se debe no tanto a que esté en mejor forma física (que también) como a que ahora corro mejor. Ya no voy tan sentada, levanto las rodillas, no me aplasto cada vez que pongo el pie en el suelo, me impulso mejor hacia delante y la zancada es más fluida. Eso es algo que cualquiera puede ver desde fuera.
Todo esto es cuestión de técnica. Se pueden oír muchas opiniones acerca de la utilidad de la técnica de carrera. Hay gente que opina que no sirve para nada, que si no hemos corrido desde pequeños, ya no correremos bien nunca, así que mejor enfocarnos en correr con más “fuerza” en lugar de tratar de hacer más eficiente la que ya aplicamos. Claro que entonces, en el agua, sería lo mismo, ¿no?. Lógicamente los que partimos con desventaja frente a corredores precoces nunca tendremos esa fluidez, pero eso no significa que no podamos hacerlo mejor que lo que lo hacemos. Y ese margen que aún nos separa de ”la perfección” ya lo tendremos que suplir con fuerza y garra. Igualito que en el agua.
Y como yo soy de esta última opinión, pues la técnica de carrera es algo que trabajo habitualmente y especialmente en esta época porque, para mí, correr más rápido pasa por correr mejor. Pero claro, esto no es tan sencillo. En la temporada pasada, especialmente en la última fase, he tenido la sensación de que podía correr más rápido pero mis piernas no me dejaban. “Qué listilla, eso nos pasa a todos, que si las piernas nos dejaran, iríamos como balas”, pensaréis. Es difícil de explicar. En Ferrol, por ejemplo, corriendo tenía la sensación de que las piernas se me iban, algo parecido a lo que se siente por ejemplo cuando haces algo con lastre y luego te lo quitas, o como cuando pedaleas atrancado y de repente quitas el plato y se te van las piernas solas. Quizá la solución hubiera sido ponerme a alargar la zancada, pero experimentar en competición no suele dar buen resultado y eso me hacía tener más sensación de “aplastamiento”, así que quedó descartado.
Como sabéis que no me gusta nada analizar las cosas ;-), al final lo que creo que me pasa es que no lanzo la pierna hacia delante. Sí que levanto las rodillas (dentro de lo que cabe), pero luego el pie cae a la misma altura que la rodilla (a veces pienso que incluso por detrás), perdiendo así centímetros de zancada que me costarían el mismo esfuerzo. Para esto hago el ejercicio de técnica comúnmente conocido como “paso de caballo con ataque” ;-), que imagino que ya todos os hacéis a la idea de cuál es. Pero parece que no es suficiente, porque el ejercicio me queda monísimo, pero luego no soy capaz de transferir el gesto a la carrera.
Así a priori se me ocurren dos ideas para mejorar esto:
- Estirar la parte posterior de la pierna (los isquios), que parece que la tengo bastante acortada. Esto fue idea de mi compi de equipo Jorge, un duatleta como la copa de un pino, y si a él que corre como una gacela le ha venido bien, cómo no me vendrá a mi… Es verdad que ese estiramiento me cuesta especialmente, así que la cosa puede venir por allí, al menos en parte…
- Otra idea más rocambolesca es el entrenar alguna vez en la cinta para que, al tenerme que fijarme menos en el impulso, pueda centrarme en ese aspecto técnico. Lo malo de esto es que odio la cinta… la odio. Creo que la media de utilización va en 1-2 veces por temporada, y solo porque ha sido estrictamente necesario. Pero si me fuera a venir bien, se podría hacer el esfuerzo, al menos en sesiones puntuales (y cortas, que si no me da algo).
¿Qué creéis?, ¿alguna idea?.